Soy el que soy

Carlos
Carlos

Ha publicado los libros de cuentos:

Donde mejor estuvieron los zapatos, Editorial Ziete, 1999.

Mención a un extraviado, Editorial Ziete, 2001.

Los inventos del reo, Editorial Ziete, 2003.

Trabajos de dominio público, Editorial Ziete, 2004.

Versiones heroicas, Ilustre Municipalidad de Cuenca, 2006.

Lo que los ciegos ven, Cascahuesos, 2011.

Libro del pequeño esplendor, Rastro de la iguana, editores, 2014.

El arte de saber tomar café, CCENA, 2015.

Jardines Lewis Carroll, Surnumérica, 2017

Jazz, Las Pencas, 2018

Las novelas:

El violín de Ingres, Editorial Ziete, 2005.

La raza extinta, Casa de la Cultura Ecuatoriana "Benjamín Carrión", 2007.

Los días a tu nombre, Ediorial Ziete, 2009; Campaña Nacional de Lectura "Eugenio Espejo", 2013.

La vida exterior, La caída, editores, 2016.

Paruso, Premio de Novela Breve La Linares, Campaña Nacional de Lectura Eugenio Espejo, 2018.

Las músicas secretas, La caída editores, 2019

Sus obras han aparecido en antologías y obras conjuntas, como, entre otras:

Aunque bailemos con la más fea, Editorial Ziete, 2003.

Moderato contable, Último round, Casa de la Cultura Ecuatoriana "Benjamín Carrión", Núcleo del Azuay, 2012; Campaña Nacional de Lectura "Eugenio Espejo", 2013.

Cuerpo adentro, Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador, 2013.

Insomnio, Editorial Turbina, 2016.

El kilo más pesado, Las Pencas, 2017

Bob Dylan, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Azuay, 2017

Fútbol de antología, Campaña Nacional de Lectura "Eugenio Espejo", 2019

Ritornello, vol 1., poesía y cómic, Ilustre Municipio de Cuenca, 2019

Así como en revistas y periódicos, y varios de sus cuentos han sido traducidos al inglés, al francés y al finlandés.

En público


Leer en público es una suerte de amalgama o fusión entre el que habla y el que escucha. Recuerdo a papá leyendo una historia de detectives y a un tal Sherlock Holmes saliendo avante. Me acuerdo de mí mismo en toda la noche sin conciliar el sueño, nervioso, perseguido por múltiples sombras que huían, unas, y otras las perseguían, tratando al día siguiente de convertirme en Holmes, disfrazándome de él, fingiendo que fumaba una falsa pipa, cubierta mi cabeza de un sombrero ridículo de papel periódico y usando por lupa los espejuelos de mi abuela. Y a mí, saliendo de la casa a dar con las huellas del crimen. Como no había ninguna, me imaginé al crimen, a la víctima y resolví quién sería el criminal. A la noche siguiente, papá leía a Verne para hacer de mí un Capitán Nemo y de la casa el mundo submarino. ¡Cuánto derroche aventurero, pero bien calculado! Las dos son tareas complejas. Leer en voz alta y oír. Implican una dosis bastante elevada de concentración. Quizá escuchar, como leer para uno, sean las formas más enigmáticas, y también las más poderosas, de la inteligencia y la imaginación. El rigor en los dos casos implica respeto por el prójimo, y quien respeta al otro está respetándose a sí mismo.

En clase leo en voz alta. Mi garganta se queja a mitad de la lectura. Los ojos abiertos de los muchachos me animan a seguir, a perder la voz en el esfuerzo de transmitir el ingenio humano y a cada espíritu de su época. Termino con la voz acalambrada, clamando por silencio. Y ese silencio que se forja a continuación me sirve para retener a las palabras dichas que se han quedado en los caminos ahora escarpados del interior de mi cuello. Esas palabras que ahora son mías, pero para ello han sido antes de todos.

No solo esto es de relieve. Lo es también el hecho altruista de ceder la palabra. El trabajo de quien escucha es uno con el de la creación. O casi podríamos decir que se trata de una labor de "cocreación". El lector es por excelencia el copiloto en la travesía (casi escribo travesura) del acto de escribir. Por supuesto, sin lectores, el escritor es un náufrago a quien solo le sirve hacer lo que saber hacer con el fin de esperanzarse, o de quitarse de encima todo el sarro con el que la vida lo ha untado, pintado, confundido. Digamos con certeza que escribir para sí mismo también es válido, pero recalco, subrayo ese también. Es una gran experiencia escribir pensando en un lector (John Banville afirmaba que escribía con una persona en la cabeza, imaginándola leyéndolo. Se trata de un gesto transgresor, uno en el que la distracción forma parte sustancial del gesto de la concentración. Bob Dylan en este sentido cree que en el momento en que Shakespeare escribía el famosísimo monólogo de Hamlet solo se preguntaba dónde diantres iba a conseguir un cráneo para representarlo). Como una carta, que se redacta con un fin específico, el de hallar en ciertos ojos, y quizá no en otros, el agujero en el que esas palabras encajen, como una pieza extraviada de puzle.

La literatura ¿no es una carta al mundo?, ¿un mensaje que aspiramos que alguien recoja, lea, y se vuelvan nosotros por un minuto? ¿No se le conoce a eso como amar?

Por todo esto, y mucho más, la lectura en voz alta, algo recomendado hasta el hartazgo por intelectuales y escritores tan variados como Harold Bloom, Juan José Arreola, Siri Hustvedt o Margaret Atwood, siempre viva en el gesto teatral o en el bello acto de cantar y en el aún mejor de leer a nuestros niños al pie de la cama (al pie de mi muerte, espero que alguno de mis hijos se anime y me lea algo hermoso, mejor si ellos lo escribieron), es fundamental para comprendernos, para sentir esa empatía a la que casi siempre evitamos, con alguna torpeza, y así pertenecer a otro mundo, hacerlo nuestro e incluso amoldarnos a este, o amoldarlo a nosotros. Ese poder de mimesis o metempsicosis, que es la capacidad de estar en otro, de volverse algo ajeno, se adquiere con la voz.

Toda lectura pública, todo discurso o toda perorata implican una puesta en escena, se intenta ser "eso" (entrecomillado) en lo que se pensó, para cautivar, para emocionar o para molestar. Eso es indistinto.

Al comienzo de los tiempos, es decir, cuando empezamos a marcar el ritmo, la literatura era oral. Todo lo dicho era literario, también trascendente. Las historias y las emociones, los legados y los sueños se transmitían de boca a boca. Suena mágico, ¿no?, algo así como un ejercicio de resucitación, de respiración artificial. Así se nos devuelve el aliento.

Cuenca, Cinema Café, martes 3 de marzo de 2020

Carlos Vásconez

© 2020 Carlos Vásconez
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar